Aquel día mis nudillos terminaron mas negros de lo normal.
Aún lo están.
El frío y el sol de 5 horas de viaje terminaron quemándolos.
No me di cuenta hasta que me lo hicieron notar.
Aquella mañana hice mi maleta en media hora, barrí la casa, lavé los trastes y chequé por ultima vez que no dejase nada encendido como es mi mala costumbre.
Me dí un último vistazo en el espejo.
Decidí usar una camisa de manga larga de mezclilla que llevaba mas de un año guardada en el ropero.
Desde que me la regaló mi madre.
Nunca había buscado un momento adecuado para ponerla.
Quería verme bien pero sin exagerar, sin llamar la atención, pasar desapercibido.
Eso nunca iba a suceder.
Me di cuenta de ello desde el primer segundo que las llantas delanteras del vehículo rodaron hacia el centro de la plaza de aquel pueblo.
Cuando salí no esperaba si quiera verte.
Calculé y recalculé la hora, traté de imaginar la cantidad de contratiempos y la velocidad a la que debería ir para encontrarte y aun así estaba convencido que no lo lograría.
"y te haz pintado la sonrisa de carmín
y te haz colgado el bolso que te regalo
y aquel vestido que nunca estrenaste, lo estrenas hoy"
Encendí el estereo y me fui cantando la mitad del camino, por toda la federal hasta antes de llegar al entronque, a terreno desconocido, a donde nunca había manejado.
No sentí miedo, sentí ansiedad.
Quería comerme la carretera, sabía que al final estabas tú, o por lo menos, el lugar que mas te representa, el lugar de donde eres, que te hizo lo que eres y si tu me encantas como no podría encantarme ese lugar.
Justo en la entrada del entronque me detuve a preguntar si iba por la dirección correcta.
Baje el vidrio, baje el volumen de la canción...
"y a su barco le llamó libertad"
Y me fuí hacia ti.
Pensaba en todas las veces que habrías recorrido esa carretera.
En sol, en lluvia, en días tristes y en días alegres.
Buscando alcanzar una fiesta, buscando alcanzar algún consuelo en tierra de amigos y familia.
En las despedidas que habrías llorado y en los encuentros que anhelabas repetir.
Me di cuenta que el camino mismo era el destino que estaba buscando.
Suspiré, decidí disfrutarlo y traté de impregnarme de la soledad de la carretera, de los árboles y los pocos animales que se atravesaron en mi camino.
Disminuí la velocidad para poder disfrutarlo todo.
Sin darme cuenta mi voz ya estaba de nuevo sonando.
"No sé que tienen tus ojos, no sé que tiene tu boca"
No cabía en mi tanta felicidad por solo estar manejando en medio de la nada, en compañía de nadie.
Trataba de imaginarte conmigo, guiando y riendo de mi, de nosotros, de nuestras ocurrencias.
Recordé aquel ultimo encuentro, aquella noche que desee besarte y abrazarte con todas mis fuerzas.
Aquella noche que recorríamos el pasillo de aquella plaza y nos aguantábamos las ganas de tomar nuestras manos como cualquiera de los mocosos de la Universidad y mirarnos sin cesar, sin pestañear, hasta que las cejas se cayeran y nos ardieran las pupilas.
Y al final, entre tanto sueño y ensueño, casi me pierdo.
Me detuve cerca de un altar, una pequeña capilla.
Un señor me indico que iba en sentido contrario a donde quería llegar.
Ya lo había sospechado cuando me di cuenta que a medio kilómetro se encontraba el arco que da la bienvenida al próximo estado.
Metí reversa y me eché a correr.
Tenía ya el tiempo encima.
Leí el nombre del pueblo y solté un suspiro.
Lo había logrado.
No te encontré donde suponía pero decidí rodear el parque para hacer un segundo intento.
Y ahí estaba apeado tu vehículo.
Pasé junto de él con el corazón en la mano y los latidos rompiéndome los huesos, bombeando sangre a una velocidad inadecuada para permitir el correcto funcionamiento de las neuronas. Mis ojos temblaban, mis manos sudaban, la boca estaba seca y me intentaba humedecer los labios pensando en si estarías sola.
No lo estabas.
Reconocí a las pequeñas y no tan pequeñas con las que ibas.
Decidí esperar el momento.
Vi por el retrovisor tu reacción al reconocerme.
No podías creerlo.
Me medio miraste por miedo a que notaran tu mirada y me pasaste y te seguí.
Busque donde apearme, no tan lejos pero tampoco tan cerca.
Entre a una tienda por agua y algo para masticar, haciendo tiempo para encontrarte en el momento en el que salieras de donde te metiste.
Y esperé y calculé y sentí las miradas del mundo a mi alrededor.
Me sentí un acosador, excepto que tu sabías que yo estaba ahí y con toda seguridad estabas igual de desesperada por buscar la oportunidad de tenerme de frente.
Y lo estuve y estaba dispuesto a solo sacudir la mano, decirte adiós y regresarme por donde vine.
Pero tu, corazón, lo hiciste de nuevo.
Te bajaste me miraste, me sonreiste y me hablaste con la voz mas dulce que jamás haya podido salir de tus lindos labios.
Miré la constelación de los lunares en tu rostro, los ojitos oscuros que se estremecían entre los míos, tus ganas de decir todo y no poder decir nada.
Te veías igual que siempre, igual de linda, alegre y llena de vida.
No tardamos ni cinco minutos.
El mundo alrededor giraba y se iba haciendo mas pequeño, ahorcándonos con sus miradas.
Todos estaban esperando el momento para juzgar, para hablar, para decir, para hilvanar el chisme que estaban buscando servir esa noche en su cena de navidad.
No les dimos esa oportunidad y al mismo tiempo no nos dimos oportunidad de nada mas.
Aún así fue hermoso.
Jamás había viajado tanto, tan lejos, con tanta alegría.
Estoy acostumbrado a hibernar en donde me siento más cómodo, donde se donde encontrar cada utensilio y herramienta necesaria para pasarmela tranquilo.
Acostumbrado a no ir en donde no conozco.
Que clase de fuerza tienes sobre de mi, que clase de sentimiento nace dentro de mí, que me impulsa desde mis entrañas a realizar hazañas para adornarte entre laureles, vivas y bravos y hurras, tu mi dulcínea y yo el don Quijote de mis delirios.
Morir por un instante, vivir para siempre en tu corazón y poder revivir esos momentos que paso contigo.
Fue una despedida con ganas de quedarse.
Cruce la calle haciendo como que aun no encontraba lo que buscaba y empecé a caminar.
Y de nuevo empecé a imaginar y a disfrutar del lugar.
Cuantas veces no habrias pasado por donde mis zapatos estaban andando, en cuantas de estas esquinas no corriste de alegría, de emoción, de travesura.
De la mano de tu madre, de tu padre, en compañia de tus hermanos, hermanas o primos.
Cuantas bromas, chistes y malos entendidos no habrán retumbado de tu voz sobre la acera empedrada de la calle.
Llegué andando de aquí a allá en donde te imaginé salir con tu vestido largo de color casi blanco.
De donde debí salir yo de tu mano.
Tome una foto de la iglesia.
Cuantas veces no habrías salido de allí, a veces con cara de fastidio, otras alegre y unas mas acongojada.
El pueblo entero me sabía a ti.
A tus humores, a tu vida.
En cada rincón estabas tu y en cada soplido del viento se recitaba tu nombre.
Subí a mi vehículo y me fuí por donde llegué.
Me fuí callado recordando cada detalle de ti, de tus palabras, de tu pueblo.
Me fuí pero una parte de mi corazón se quedó.
Es allí donde yo pertenecía.
El lugar donde no nací, el lugar donde no crecí, el lugar donde no pude estar para enamorarte saliendo de la escuela, donde no pude acompañarte en la fila de las tortillas o comprando el refresco en la tienda, el lugar donde no pudimos escondernos para llenarnos de besos en cada esquina, donde tus caricias no pudieron alcanzarme, donde tu voz jamás a dicho mi nombre ni conjurado tus te quieros ni palabras dulces para mi.
Donde tus suspiros fueron reservados para alguien más, donde tus primeras inquitudes fueron saciadas en los brazos de quien no fui yo.
Estuve ahí, para ti, en cuerpo y alma, como te lo prometí.
Allí, en el lugar donde no nací pero donde mi corazón prevalece y añora una vida que no tuve.